martes, 15 de noviembre de 2011

Endosporas

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Cuando crees que la vida ya no puede ofrecerte nada nuevo, vuelve a sorprenderte. Es difícil de concebir el contraste tan notable que hay entre esas tardes de hastío en que las paredes de tu esófago parecen contraerse en una suerte de peristaltismo que ciega el tubo, y aquellas en que la euforia te llena, en que gotas invisibles de endorfina pura restallan contra tu epidermis.

O será que peco de bipolar.

Tal vez si elaboramos un estudio para revelar la naturaleza del tejido que conforma la matriz de esa desidia vital, descubramos que está compuesta por células de ignorancia. No te engañes. Eres uno más entre siete mil millones de almas pensantes y presas de sus hormonas en sangre. ¿Acaso ibas a concer la identidad última y la razón de ser de cada gesto, de cada acción, de cada pensamiento? Pues entonces, ¿por qué motivo nos creemos el amo y señor del destino, cuando ni siquiera podemos saber si existe tal concepto?

De ahí que la vida nos sorprenda. Los derroteros que toma nuestro ser nos son del todo inexcrutables, hasta que los acontecimientos impactan contra nosotros, cual fruto que ha ido gestándose en lo alto del árbol que representa el flujo del tiempo. Los agentes que movilizan los sucesos son deidades en una dimensión que escapa incluso a la teoría de cuerdas, nos manejan con hilos invisibles a los que nosotros denominamos sin acierto alguno, principios éticos. Y el compendio de la ética mundial, entreteje esa maraña que es lo que algunos se afanan en etiquetar de “destino”.

O tal vez no. Un texto barroco y arbitrario como el que recorre tu retina y tu psique, con toda certeza, será errado.

Esa naturaleza maleable que poseemos, es lo que hace que la vida merezca la pena. De pronto, la amalgama de ética global se muestra empática para contigo, y te brinda momentos de suma felicidad en los que la fe en los demás resurge de tu hasta ahora obtusa mente, cual ave fénix, o se reinventa, como si fuese sometida a la Samsara.

Y es ahí, en ese instante, en ese fotograma existencial, cuando tu corazón palpita con fuerza y se dilata el cardias. Comienza un lapso de tiempo que recordarás en un futuro como “aquel momento en que mi vida merecía ser vivida”. Porque cada vez que alguien vibra en tu campo de Higgs social, mostrando masa, es un momento de dignidad.

Momentos cálidos, en los que la brisa despeja tus sinapsis del colapso producido por la gris cotidianeidad.


Por más que te agites, nunca sabrás hacia dónde eres conducido por la matriz.

Gracias por digerir el vómito cognitivo.